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Trastornos Psicosomáticos y Psicofisiológicos

Obesidad y trastorno alimentario compulsivo: el TAC es un problema común, causante de un gran malestar psicológico y físico tanto por ir acompañado de obesidad como por su comorbilidad con otras patologías psicológicas ( ansiedad, sentimientos de ineficacia, culpa, frustración, tristeza e, incluso depresión)

Anorexia y bulimia: la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa son trastornos de la conducta alimentaria, asociados a una idea sobrevalorada de la delgadez, a una excesiva preocupación por el peso y a un miedo desproporcionado a engordar que, consecuentemente, alteran de forma notoria las conductas de ingesta y facilitan la aparición de comportamientos anómalos cuya finalidad es evitar la ganancia de peso.
A la vista del importante incremento que están experimentando éstos trastornos de alimentación en las sociedades occidentales, y teniendo en cuenta las dificultades que conlleva dicho tratamiento así como el elevado porcentaje de recaídas que aparecen en los estudios de seguimiento, se hace imprescindible el desarrollo de programas preventivos que sean eficaces.
Podemos distinguir entre prevención primaria, dirigida a prevenir la aparición del trastorno; prevención secundaria, que va encaminada a la detección e intervención temprana, de manera que se prevenga su cronificación; y la prevención terciaria cuyo objetivo es reducir el deterioro producido una vez que el trastorno se ha cronificado.

Dolor crónico: el dolor es una de las experiencias aversivas más comunes en nuestra vida. Esta vivencia desagradable y molesta, por paradójico que parezca, cumple una función biológica adaptativa, ya que nos enseña a identificar aquellos objetos o situaciones que pueden resultar peligrosos para nuestra salud e integridad. El dolor funciona como una señal de alarma que nos avisa cuando se produce un daño en nuestro organismo o cuando contraemos una enfermedad.
Pero cuando el problema del dolor se prolonga mucho más allá de la curación de la enfermedad o herida (como sucede en las lumbalgias), o bien aparece y desaparece de forma recurrente sin guardar relación con ninguna causa orgánica conocida (como es el caso de la migraña), o por el contrario se produce a causa de una patología conocida pero difícil de tratar (como en las artritis o en el dolor de cáncer), el dolor deja de cumplir esa función útil y, muy al contrario, pasa a constituir un auténtico problema para el individuo que lo padece. Este proceso de cronificación suele coincidir, además, con una disminución en la efectividad de las soluciones médicas o farmacológicas para mitigar el dolor, junto a la aparición e incremento de otros problemas psicológicos como ansiedad y depresión. En estos casos el dolor deja de ser la señal o síntoma de un problema para convertirse en el problema en sí mismo y generar a su vez nuevos problemas. Concretamente, hablamos de  ”dolor crónico” cuando éste permanece durante un periodo superior a seis meses y es resistente a la terapéutica convencional (Vallejo y Comeche, 1994).

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